Noche de sábado. De un febrero agradable, o al menos así lo
recuerdo en mi cabeza. Venía de tener meses agitados, conflictivos, olvidables.
Eso, quizá, potenciaba la necesidad de salir a despejarme con amigos.
Recomendados por Damián terminamos yendo a una fiesta en una quinta alejada de
la ciudad que, según él, se presentaba piola. “Algo vamos a enganchar seguro”
dijo, poco convencido. La ansiedad por la llegada al evento fue inversamente
proporcional a la desazón de su chatura, como usualmente sucede cuando
ensayamos grandes expectativas. La noche se consumía. Pensaba: haberme
convertido en un ‘aburrido’ fue -tal vez- lo más interesante que me sucedió desde
la separación: al menos me liberó de la obligación de ser sociable.
En ese momento me choco con ella. Empezamos a charlar. Se
llamaba Berenice, me explica que en griego significa "Portadora del
triunfo". 28 años, trabajadora social. Era flaca y sin embargo no era
histérica. La noche parecía querer mejorar. Se declaró fanática del Jazz y el cine. Confiesa su debilidad por Miles Davis. - Si? Me gusta Miles, pero prefiero a sus predecesores: Charlie
Parker y Dizzy Gillespie. “Davis es superador”, dice convencida. Sonrío y comento:
- ¿Sabías que Miles era un jodido, no? El tipo solía tocar la
trompeta de espaldas al público. Odiaba los pedidos de bises,
tenía fama de amasijar periodistas, e insultaba a sus propios
músicos en vivo.
- Sabía. Te falto agregar que era muy de putear
públicamente a los 'blancos'. Con bastante frecuencia. Sigue siendo mejor Miles Davis.
La cosa no quedó ahí. Declamó su admiración por el cine y
por Ingmar Bergman. Había visto veintidós de sus casi cuarenta películas. No me animé a decírselo en ese momento, pero, a razón quedar
como un bestia, debo confesarlo: me aburre terriblemente Bergman. Salvo
excepciones como Fellini o Godard, los cineastas europeos suelen ser un tedio. Traté de ser lo más sutil que pude: “A mi dejame con Woody Allen que soy feliz”. Me cuenta que de
chica era fanática de Charles Chaplin. Recordé una anécdota imperdible y poco conocida de ese genio cómico: La leyenda cuenta que en 1915, durante
uno de sus viajes a San Francisco, a Chaplin le hacen llegar la noticia de que por
esos días se organizaba un concurso de imitadores de Charlot, su principal
personaje fílmico. Decidió inscribirse de incógnito. Increíblemente para el
jurado, Chaplin, no fue lo suficientemente bueno imitando a Chaplin y no pasó siquiera la primera ronda. Los jueces le dieron una de las peores
calificaciones de su tanda.
Y ya para ese entonces era indisimulable. Habíamos pegado onda. Histeriqueamos. Nos mirábamos con cierta picardía inocente, y se hacían silencios prolongados. La piba tenía ese no se qué inexplicable, que nos enloquece a los tipos: Intriga. “Estoy hasta las manos”, pensé. Sabía que de esa no iba a zafar tan fácil.
Pasaron apenas días después de esa noche:
- A vos te pasa lo mismo? -me dice-
- Qué cosa?
- Te cosquillea la panza cuando me ves?
Me agarró de sorpresa la pregunta. No estaba seguro si me sentía aún en ese lugar. Qué decir para no quedar como boludo, pensé hacia mis adentros. Sonrío.
- Me parece que nosotros dos la vamos a pasar bien.
- Tengo un poco de miedo, un poco me asusta todo esto.
- No te preocupes, a mi también.
¿Cuánto debemos tardar en enamorarnos? Todos sabemos que existe parámetro para medir eso. Empezamos a salir. Fueron meses intensos. Compartimos alegrías y tristezas. Las semanas pasaban y pasaban. Pero todo empezó a cambiar. Todavía me pregunto en qué momento todo eso dejó de ser interesante. O por lo menos, en qué momento dejó de interesarme. No sé. Solo tengo claro que ésto de ser un muchachito de clase medía, que paga su sesión semanal de psicólogo, y vive conflictuado con el suicidio, no es negocio. Y cuando las cosas empiezan a ir mal, seguro terminan peor. Una tarde me pide que nos encontremos en Las Delicias:
- Estoy embarazada -Me dice-
- Pero… y cómo? Cuándo? –Mi cara de boludo debe haber sido muy convincente-
- Importa eso? Qué hacemos, Juan?
- Tenelo –dije, inconsciente de tan categórico lapsus: “tenelo”, y no “tengamoslo”-.
- Claro, para vos es fácil. Si sos un egomaníaco narcisista de manual. Ni siquiera te das cuenta de lo complejo que es este asunto. Sus consecuencias. Cualquiera sea la decisión que tomemos. Y fijate cómo me molesto de incluirte en mi vocabulario y en la desición, a diferencia de vos…
Pasaron un par de días. Recomendados por una amiga de ella la acompañe a la casa particular de un médico clínico del Cullen, que hacía esas intervenciones en una habitación preparada que tenía en el fondo. Después del aborto ya nada fue lo mismo. Vinieron días de frío, y silencios abrumadores.
Y ya para ese entonces era indisimulable. Habíamos pegado onda. Histeriqueamos. Nos mirábamos con cierta picardía inocente, y se hacían silencios prolongados. La piba tenía ese no se qué inexplicable, que nos enloquece a los tipos: Intriga. “Estoy hasta las manos”, pensé. Sabía que de esa no iba a zafar tan fácil.
Pasaron apenas días después de esa noche:
- A vos te pasa lo mismo? -me dice-
- Qué cosa?
- Te cosquillea la panza cuando me ves?
Me agarró de sorpresa la pregunta. No estaba seguro si me sentía aún en ese lugar. Qué decir para no quedar como boludo, pensé hacia mis adentros. Sonrío.
- Me parece que nosotros dos la vamos a pasar bien.
- Tengo un poco de miedo, un poco me asusta todo esto.
- No te preocupes, a mi también.
¿Cuánto debemos tardar en enamorarnos? Todos sabemos que existe parámetro para medir eso. Empezamos a salir. Fueron meses intensos. Compartimos alegrías y tristezas. Las semanas pasaban y pasaban. Pero todo empezó a cambiar. Todavía me pregunto en qué momento todo eso dejó de ser interesante. O por lo menos, en qué momento dejó de interesarme. No sé. Solo tengo claro que ésto de ser un muchachito de clase medía, que paga su sesión semanal de psicólogo, y vive conflictuado con el suicidio, no es negocio. Y cuando las cosas empiezan a ir mal, seguro terminan peor. Una tarde me pide que nos encontremos en Las Delicias:
- Estoy embarazada -Me dice-
- Pero… y cómo? Cuándo? –Mi cara de boludo debe haber sido muy convincente-
- Importa eso? Qué hacemos, Juan?
- Tenelo –dije, inconsciente de tan categórico lapsus: “tenelo”, y no “tengamoslo”-.
- Claro, para vos es fácil. Si sos un egomaníaco narcisista de manual. Ni siquiera te das cuenta de lo complejo que es este asunto. Sus consecuencias. Cualquiera sea la decisión que tomemos. Y fijate cómo me molesto de incluirte en mi vocabulario y en la desición, a diferencia de vos…
Pasaron un par de días. Recomendados por una amiga de ella la acompañe a la casa particular de un médico clínico del Cullen, que hacía esas intervenciones en una habitación preparada que tenía en el fondo. Después del aborto ya nada fue lo mismo. Vinieron días de frío, y silencios abrumadores.
- No te quiero ver más.
- Y yo qué hice? –balbucee
- Nada hiciste, Juan, no se trata de vos, ni de mi. Simplemente no quiero ni puedo verte más.
Y sí. Era fundamental que ya no hiciese tanto frío en medio de los dos.
- Y yo qué hice? –balbucee
- Nada hiciste, Juan, no se trata de vos, ni de mi. Simplemente no quiero ni puedo verte más.
Y sí. Era fundamental que ya no hiciese tanto frío en medio de los dos.
Hoy, muchos años después, me doy cuenta que deje pasar una
de las relaciones mas reales que tuve en mi vida. Y dudo que vuelva a poder
sentir esa profundidad. Esa sensación de volar y volar. Tal vez pude haber sido
feliz. Ingenuamente. Pero me tocó ser yo.
Viví muchos años con culpa, y quizá aún sigo cargando con
ella. Puedo decir que no estoy precisamente triste. Estoy perplejo ante un
desasosiego que crece. Quizá el error consista en creer que al mundo se lo esta
tragando una grieta inmensa, cuando en realidad el mundo es la grieta.
Y pensar que sólo me tengo a mi mismo. Qué consuelo tan
pobre.
@JoaquinitoAzcu
Santa Fe, 21 de Octubre de 2013.