Seis años
me toco tener cuando ese pase en cortada, exquisito, de Diego entre
dos marcadores alemanes llego a los pies de Burruchaga, quien
emprendió una carrera loca que terminaría en la coronación de la segunda copa del mundo para Argentina en su historia. De
ese México '86 tengo muy pocos recuerdos, algunos muy borrosos.
Decían que la Plaza de Rosario del Tala se llenó impresionantemente
esa tarde de julio, como pocas veces sucedió en mi pueblo natal.
El Pancho,
mi viejo, enojado recordaba hace días “ojala salgamos campeones
así puedo festejar por primera vez un mundial como corresponde,
porque en el '78 los milicos coparon la plaza, la gente festejó
igual, pero a mi me hicieron sentir muy incómodo. Y en el '86
llegamos de nuevo a la plaza y se repitió la postal: los milicos
queriendo congraciarse con la gente habían sacado la banda a tocar
al rededor de la plaza. Me termine yendo”. De Italia 90 -ya con
diez años- también tengo recuerdos fugaces, y mas bien de estricto
carácter hogareño: ver todos los partidos en familia, acomodarse en
los mismos lugares para respetar las cábalas, prender velas ubicadas
estratégicamente en la casa, en ese departamento chiquito pero lleno
de recuerdos de Barrio Jardín.
Pensar que
tuvimos que esperar 24 años para volver a sentir esas sensaciones
únicas e irrepetibles. Y eso me despertó escribir algunas palabras:
Para agradecerle a esa jauría de lobos -así definió a
nuestra selección el mismo Schweinsteiger, el Mascherano Alemán-
habernos hecho pasar un mes inolvidable. Un mes que duró un mes. Por
habernos devuelto sensaciones, alegrías, tristezas, que hace 24 años
no sentíamos. Por haberle regalado a mi generación la posibilidad
de estar en una final más del mundo, y a las generación de pibes
diez años mas chicos que yo vivir la suya por primera vez. Fue
increíble eso, ver la emoción de chicos de 25 o 26 años en las
calles, esa alegría genuina y distinta. Esa alegría que se te
dibuja en la cara y no querés que termine.
Agradecerles
que pude reencontrarme dos veces en un mes con mis amigos, con los de
siempre, esa banda uruguayense que jamas me deja a gamba, y con
quienes por primera vez pudimos disfrutar y vivir todas esas
emociones juntos. Va a ser inolvidable. Y lo vamos a seguir
comentando por décadas. Lo mismo para la banda loca santafesina, con
quienes sufrimos los penales, y la desazón de la final. Las lagrimas
con vos, amor, que nos gusta y sentimos el fútbol por igual.
Lamentablemente
nuestra bipolaridad social fue más fuerte. Y cuatro horas bastaron.
Sí, en solo cuatro horas pasamos de enarbolar la figura de
Mascherano y los valores supo transmitir -la nobleza, la
entrega, la solidaridad, valores con los que nos sentimos
identificados por creer que rigen mayoritariamente nuestra conducta y
nuestra vida cotidiana- para pasar al vandalismo televisados en vivo
por los canales de TV. Como si haber perdido la final no hubiera sido
lo suficientemente doloroso. Y también menos de cuatro horas nos llevó bajarlo al enano, a Lio, a Messi, de la categoría
de Semi-Dios/salvador, para comenzar a tildarlo de cagón, de
esconderse siempre en la difíciles. 48hs después del partido esa
pulsión enfermiza de buscar siempre un responsable, señalar con el
dedo y proyectar frustraciones, no ha cesado aún. Grave error, el
partir de la convicción de que argentina esta siempre “obligada”
a ganar el mundial. Cualquier mundial. Bajo las circunstancias que
sean.
El fútbol
parece ser el espejo fálico en el que nos miramos como nación, y
esa manía de compararnos con el resto intenta
convencernos de una necesidad ficticia de ser los mejores en algo. Y
el sentido de pertenencia que genera el fútbol para los argentinos
no lo genera ninguna otra cosa. Solo así se puede llegar a entender
cómo apenas minutos después del pitazo final del domingo salimos a
cuestionar a Messi de manera tan despiadada.
Es cierto:
Lío no jugó lo que esperábamos en los últimos tres partidos.
También es justo preguntar qué figura del mundial jugó bien en las
instancia de definición de esa competición. Porque no puedo
respetar en términos futbolísticos a quienes siguen pretendiendo
que Messi, él solo, nos salve de no se qué, o que sigan comparándolo con Maradona diciendo que no es como Diego. Porque no, gente, Messi no es Maradona.
Entiendanlo y supérenlo. Messi es Messi. El mejor jugador de esta
era, nada más ni nada menos. Pero con características muy
diferentes a las de Diego. Messi como jugador necesita compañía,
ser abastecido, y gente con quien poder descargar la pelota. Pero si
además de eso el DT le pide que se sacrifique por el equipo, como le
toco hacerlo en la Copa -ej, al tener que moverse por zonas que no son
las suyas- y el tipo va y lo hace, es evidente que quiere ganar como
sea, aunque eso signifique brillar menos. Para sacarse el sombrero.
Porque a mi me demostró que quería ganar por encima de ser el
mejor, cuestión que quedó muy clara cuando la FIFA le entregó el
Balón de Oro al mejor jugador de la copa. Esa cara. Esa carita lo
dijo todo. Los que lo critican hoy, por apenas diez centímetros, no
lo estarían haciendo.
Nos toco
perder contra el mejor equipo del planeta. El fútbol es así. Copa
merecida para Alemania, por lo hecho en este mundial, y por la
trayectoria de los dos anteriores. No sé si por la final, fue muy
pareja. Se nos escapó por muy poco. Por tan poco se nos escapó que
no entiendo como es que Messi se puede haber escondido tanto. Si a
eso le llaman esconderse, dejame jugar a las escondidas con vos Lío.
Para siempre.
@JoaquinitoAzcu
Santa Fe, 15
de Julio de 2014
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