martes, 15 de julio de 2014

Quiero jugar a las escondidas con vos, Lio

Seis años me toco tener cuando ese pase en cortada, exquisito, de Diego entre dos marcadores alemanes llego a los pies de Burruchaga, quien emprendió una carrera loca que terminaría en la coronación de la segunda copa del mundo para Argentina en su historia. De ese México '86 tengo muy pocos recuerdos, algunos muy borrosos. Decían que la Plaza de Rosario del Tala se llenó impresionantemente esa tarde de julio, como pocas veces sucedió en mi pueblo natal.

El Pancho, mi viejo, enojado recordaba hace días “ojala salgamos campeones así puedo festejar por primera vez un mundial como corresponde, porque en el '78 los milicos coparon la plaza, la gente festejó igual, pero a mi me hicieron sentir muy incómodo. Y en el '86 llegamos de nuevo a la plaza y se repitió la postal: los milicos queriendo congraciarse con la gente habían sacado la banda a tocar al rededor de la plaza. Me termine yendo”. De Italia 90 -ya con diez años- también tengo recuerdos fugaces, y mas bien de estricto carácter hogareño: ver todos los partidos en familia, acomodarse en los mismos lugares para respetar las cábalas, prender velas ubicadas estratégicamente en la casa, en ese departamento chiquito pero lleno de recuerdos de Barrio Jardín.

Pensar que tuvimos que esperar 24 años para volver a sentir esas sensaciones únicas e irrepetibles. Y eso me despertó escribir algunas palabras: Para agradecerle a esa jauría de lobos -así definió a nuestra selección el mismo Schweinsteiger, el Mascherano Alemán- habernos hecho pasar un mes inolvidable. Un mes que duró un mes. Por habernos devuelto sensaciones, alegrías, tristezas, que hace 24 años no sentíamos. Por haberle regalado a mi generación la posibilidad de estar en una final más del mundo, y a las generación de pibes diez años mas chicos que yo vivir la suya por primera vez. Fue increíble eso, ver la emoción de chicos de 25 o 26 años en las calles, esa alegría genuina y distinta. Esa alegría que se te dibuja en la cara y no querés que termine.

Agradecerles que pude reencontrarme dos veces en un mes con mis amigos, con los de siempre, esa banda uruguayense que jamas me deja a gamba, y con quienes por primera vez pudimos disfrutar y vivir todas esas emociones juntos. Va a ser inolvidable. Y lo vamos a seguir comentando por décadas. Lo mismo para la banda loca santafesina, con quienes sufrimos los penales, y la desazón de la final. Las lagrimas con vos, amor, que nos gusta y sentimos el fútbol por igual.

Lamentablemente nuestra bipolaridad social fue más fuerte. Y cuatro horas bastaron. Sí, en solo cuatro horas pasamos de enarbolar la figura de Mascherano y los valores supo transmitir -la nobleza, la entrega, la solidaridad, valores con los que nos sentimos identificados por creer que rigen mayoritariamente nuestra conducta y nuestra vida cotidiana- para pasar al vandalismo televisados en vivo por los canales de TV. Como si haber perdido la final no hubiera sido lo suficientemente doloroso. Y también menos de cuatro horas nos llevó bajarlo al enano, a Lio, a Messi, de la categoría de Semi-Dios/salvador, para comenzar a tildarlo de cagón, de esconderse siempre en la difíciles. 48hs después del partido esa pulsión enfermiza de buscar siempre un responsable, señalar con el dedo y proyectar frustraciones, no ha cesado aún. Grave error, el partir de la convicción de que argentina esta siempre “obligada” a ganar el mundial. Cualquier mundial. Bajo las circunstancias que sean.

El fútbol parece ser el espejo fálico en el que nos miramos como nación, y esa manía de compararnos con el resto intenta convencernos de una necesidad ficticia de ser los mejores en algo. Y el sentido de pertenencia que genera el fútbol para los argentinos no lo genera ninguna otra cosa. Solo así se puede llegar a entender cómo apenas minutos después del pitazo final del domingo salimos a cuestionar a Messi de manera tan despiadada.

Es cierto: Lío no jugó lo que esperábamos en los últimos tres partidos. También es justo preguntar qué figura del mundial jugó bien en las instancia de definición de esa competición. Porque no puedo respetar en términos futbolísticos a quienes siguen pretendiendo que Messi, él solo, nos salve de no se qué, o que sigan comparándolo con Maradona diciendo que no es como Diego. Porque no, gente, Messi no es Maradona. Entiendanlo y supérenlo. Messi es Messi. El mejor jugador de esta era, nada más ni nada menos. Pero con características muy diferentes a las de Diego. Messi como jugador necesita compañía, ser abastecido, y gente con quien poder descargar la pelota. Pero si además de eso el DT le pide que se sacrifique por el equipo, como le toco hacerlo en la Copa -ej, al tener que moverse por zonas que no son las suyas- y el tipo va y lo hace, es evidente que quiere ganar como sea, aunque eso signifique brillar menos. Para sacarse el sombrero. Porque a mi me demostró que quería ganar por encima de ser el mejor, cuestión que quedó muy clara cuando la FIFA le entregó el Balón de Oro al mejor jugador de la copa. Esa cara. Esa carita lo dijo todo. Los que lo critican hoy, por apenas diez centímetros, no lo estarían haciendo.

Nos toco perder contra el mejor equipo del planeta. El fútbol es así. Copa merecida para Alemania, por lo hecho en este mundial, y por la trayectoria de los dos anteriores. No sé si por la final, fue muy pareja. Se nos escapó por muy poco. Por tan poco se nos escapó que no entiendo como es que Messi se puede haber escondido tanto. Si a eso le llaman esconderse, dejame jugar a las escondidas con vos Lío. Para siempre.


@JoaquinitoAzcu

Santa Fe, 15 de Julio de 2014

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