Hoy ponemos alfombra roja en el blog
para abrir paso a un notable y preclaro escrito que me acercara el
amigo Américo Yuarman -como él mismo se autodenomina-,
redactado por mi vieja querida, Sonia Luz Todoro. Ya en el año 1997,
la Sonia esbozó algunas ideas referidas a los inevitables avances en materia de género
que venían/vienen aconteciendo en nuestra época, no solo abordándolo
desde un plano teórico sino también indagando sobre cómo este
cambio de paradigma empezaba a vivenciarse en el transcurso de la
vida cotidiana.
Podría atreverme a ensayar una suerte
de debate ficticio y atemporal con mi madre, en el que me atrevería
a discutir alguno de los párrafos del texto, pero sería un tanto absurdo y grotesco de mi parte hacer eso, desconociendo que el mismo fue elaborado hace -nada
mas ni nada menos- 17 años. Ese dato lo hace más sorprendente aún:
el hecho de que a pesar de que podamos tener tantos años de ventaja y la innumerable aprobación de leyes sociales que han ampliado la
visión sobre una perspectiva de género (identidad de género, leyes
de protección contra la violencia hacia la mujer, Convención sobre
la Eliminación de todas las formas de Discriminación contra la
Mujer, Matrimonio Igualitario, etc) este escrito aún siga
conservando muchísima vigencia.
Sin tanto más preludio, va el texto:
OTRO RÍO
Este es un siglo de continuas
mutaciones. Los seres humanos no terminamos de acomodarnos a una
nueva situación, cuando ya se está instalando otra que la
reemplaza. Quizás por esto las sociedades se han vuelto tan
violentas y la depresión se ha convertido en una endemia.
En medio de este vértigo donde quedan
pocos lugares sagrados e indiscutidos van ocurriendo cambios en los
roles masculinos y femeninos que comprometen la esencia misma de
siglos de cultura patriarcal. Pareciera ser que lo que ha marcado en
forma decisiva esta transformación ha sido el cambio de actitud de
las mujeres. Ella se ha corrido de un estado de sometimiento y
pasividad hacia otro de libertad y autogestión, todo en menos de
cincuenta años.
El hombre asiste a esta revolución de
falda y make up duramente cuestionado en lo que hasta ayer había
compuesto las estructuras básicas de su confirmación de varón. Ya
nadie hoy lo concibe como el absoluto encargado de ejercer el poder,
impartir la ley y ser único sostén económico de su familia.
Siempre habrá cerca una señora que le recordará que ésta es una
sociedad democrática que le permite tener pensamiento propio y
hasta puede disputarle ese poder.
Cuando la humanidad hace su entrada
gloriosa a la modernidad va dejando atrás centurias de
estancamiento. Hay una explosión de las artes, las ciencias y las
costumbres que lo conducen a un camino de permanente progreso. La
vida de las comunidades cambia rotundamente. En este salto
cualitativo el hombre se enfrenta con su libertad y se descubre como
individuo.
En la Edad Media carecía de la
posibilidad de decidir por sí mismo. Estaba anclado en un rígido
orden social que lo determinaba como artesano, pastor o guerrero y
esto se repetía de generación en generación. Pese a esta falta de
movilidad no se hallaba aislado, se sentía parte de un orden natural
y su vida poseía una significación que le brindaba todas las
respuestas. Al transformarse en ser social moderno adquiere la
facultad de elegir pero esto no le da sosiego.
El hombre está solo frente a su
individualidad y se siente perdido. Este paralelismo con nuestro
tiempo nos induce a suponer que algo de aquello podría estar
ocurriendo. El mandato social que fijaba cual era el lugar que debían
ocupar los hombres y mujeres ha caído en total desuso. Ya nadie cree
en estereotipos. Sin embargo aquellas normas daban un marco de
seguridad y pertenencia donde el conflicto quedaba acotado.
A la hora del balance ni féminas ni
caballeros podemos establecer cuánto se ha ganado y cuánto perdido
en este cambio.
Más allá de situaciones provocadas
por resabios machistas que se resisten a desaparecer hoy las mujeres
estamos liberadas a nuestras propias decisiones y esto parece
fantástico. Pero hacer pie en lo público para buscar un espacio de
auto abastecimiento y crecimiento personal sin abandonar nuestro
universo privado genera fatiga y mucha zozobra.
También el varón extravía la brújula
cuando debe cuidarse en sus dichos y actitudes para no ser
considerado un cro-magnon irremediable, además de tener que aceptar
que a la dura batalla que el mundo actual le impone, se le ha sumado
un nuevo competidor: la mujer y por lo tanto se enfrenta a nuevas
reglas de juego.
Todos estamos rodeados de
circunstancias a veces extraordinariamente favorables y otras
notablemente adversas. Ideas, modas, hábitos, todo muere joven. Su
utilidad es precaria y efímera. La perdurabilidad caduca a cada
minuto.
Cómo entonces arriesgar una definición
categórica sobre qué es hoy ser hombre o ser mujer. Difícil.
Todo está demasiado confundido y la
soledad golpea nuestras vidas. Nos sentimos huérfanos de referentes
que le daban sentido a la existencia y vemos imponentes cómo nuestro
andamiaje de creencias y valores se va desmoronando.
Este panorama tan sombrío parece no
dar lugar a la esperanza. Sin embargo aún cuando arrecia la derrota
los humanos al final siempre hallamos el camino y esto ya se está
notando.
Hombres y mujeres comenzamos a
visualizar al otro como alguien a quien no debemos someter o proveer,
al que debemos demostrar cuán autosuficiente, superiores o mañosos
somos.
No renunciar a nuestra identidad
sexual, incorporando todo lo nuevo sin provocar instancias bélicas,
propiciar un encuentro más relajado y más auténtico.
Particularidades aparte, lo bueno es
redescubrir desde mi condición de mujer que el varón sigue siendo
el mejor invento de la creación para movilizar nuestros sentimientos
y nuestras hormonas.
Compartir el amor con un señor todavía
es un hecho conmovedor y vigente que asegura nuestra estadía en este
planeta espléndido.
Sonia Luz Todoro
(Estos textos fueron publicados en la
recopilación “Desde el taller”, integrada por producciones del
taller de escritura de Luis Salvarezza, en diciembre de 1997).
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