Una cabeza traicionera es
de los peores males que pueden tocar. Sin que siquiera sospechemos, ella puede convertirse en una
perra descorazonada que no hará mas que jugarnos malas pasadas. Y
jamás se encargará de impedir que nuestra propia neurosis nos someta. Nos deje huérfanos y desnudos en la intemperie. Porque la sensación de estar
gobernado por tu neurosis es equivalente a salir a caminar por el
desierto del Sahara: horas y horas haciendo círculos sobre nuestros
propios pasos.
La mía suele mutar. Hay
momentos pequeños, escasos, en que logro comprender el sin sentido
de la vida. Y eso, lejos de incomodarme, me acoge. Y logra
contenerme al menos por los próximos quince segundos. El problema es seguir empeñado en mencionar el futuro.
Como si realmente pudiera haber alguno. Pero no es
solo mi cabeza. Las cosas que pasan por este corazón... Eso si que
da miedo.
@JoaquinitoAzcu
Santa Fe, 8 de Octubre de 2014.
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